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Soy mujer, tengo 60 años y estoy pensando en divorciarme ¿Me interesa realmente? ¿Acepto la pensión que me ofrece mi marido?

¡Pues si esto es realmente así, no me divorcio!, ¿Cómo que después de 43 años de matrimonio y de sacrificar mi vida por el matrimonio sólo me tiene que pagar esa pensión mínima si me divorcio? ¿Pero me correspondía la mitad de su pensión si me divorcio, no?

Estas son las preguntas más frecuentes que las mujeres de más de 60 años que han venido a nuestro despacho nos han hecho tras consultar como sería su situación legal y  económica de llevar adelante su divorcio.

¿Me divorcio o no me divorcio?, ¿Me interesa o no me interesa?

¡Pufff! pues casi mejor callar, seguir aguantando y esperar a cobrar la viudedad. Esta suele ser la respuesta tras saber la realidad de lo que les espera.

Habitualmente son matrimonios construidos a la costumbre de tiempos pasados.

La mujer dedicada a las labores del hogar. Centrada y dedicada al cuidado y atención de los hijos y teniendo como  su objetivo el bienestar familiar. El hombre el centro económico de la familia. Su objetivo hacer horas y horas de trabajo para traer a casa el mayor sustento económico.

Siguiendo el mismo esquema de épocas prehistóricas. El hombre cazador, que traía los alimentos a la cueva-casa y la madre cuidadora que atendía a las crías mientras esperaba su vuelta.

Son realmente situaciones difíciles de ver en los tiempos actuales. Matrimonios en los que se acumulan décadas y décadas juntos. En los que se ha construido un patrimonio familiar común.

¿Pero realmente hay amor o más bien hay años y años de aguantar, de desamor y rechazo?.

Es una auténtica pena comprobar a diario como todavía quedan personas que aguantan una situación insostenible sólo con el objetivo de ver como sus hijos se hacen mayores para que no sufran.

Después de compartir toda una vida juntos y de haber tenido hijos en común, no tienen nada que compartir salvo bienes e hijos.

Ellos ven que han sacrificado su tiempo, que han aguantado una convivencia común que les supera. Sólo con el deseo de que sus hijos alcancen la mayoría de edad y dispongan de ingresos propios que les permitan su subsistencia. !Pobrecitos, que no sufran!.

Y cuando un día despiertan y llega esa meta, se plantean poner fin de forma definitiva a sus matrimonios. Y entonces les asaltan las dudas.

¿Y cómo voy a subsistir?

¿Qué pasa con mi casa? ¿Quién se la queda?

¿Cómo se reparten los bienes que hemos acumulado en estos años? ¿Qué me voy a quedar?

La mayoría suelen ser mujeres sin vida laboral alguna. Que no tienen derecho a percibir pensión de jubilación y cuyo único medio de subsistencia tras su divorcio va a ser aquella cantidad que consigan en concepto de pensión compensatoria.

la pension compensatoria

Y de repente tras más de 40 años de esfuerzo común, se encuentran con la siguiente respuesta de sus maridos:

 !La pensión es fruto de mi trabajo, no te voy a dar ni un euro¡

¡Tú quieres divorciarte, pues te apañas!.

Y ellos nos suelen preguntar ¿Cómo, que le tengo que pagar una pensión por el divorcio?

En los dos últimos supuestos de este tipo que hemos atendido en el despacho nos hemos encontrado con matrimonios en los que el hombre se iba a jubilar con una pensión superior a los 2.200 € mensuales, después de años y años de duro trabajo. Y cuando hemos abierto la negociación para tratar de llegar a un acuerdo justo y equitativo en el que planteábamos un reparto del 50 % de todo lo conseguido, nos hemos encontrado con:

Te ofrezco una pensión mensual de 250 a 300 €.

¿De verdad tu aceptarías esa cantidad de ser la situación inversa?

¿Si hubiera sido tu mujer la que hubiera trabajado durante toda la vida, y ahora tu subsistencia dependiera de su voluntad, qué te parecería esta oferta?

Se olvidan que su pensión de jubilación es fruto no sólo de su esfuerzo personal, sino de la dedicación a la casa y al cuidado de los niños por parte de su mujer. Y en muchas ocasiones los bienes existentes en común son fruto de la gran capacidad de gestión de la economía familiar en tiempos no tan boyantes a nivel económico.

Por desgracia subestimamos y despreciamos la dedicación y la gestión que muchas mujeres hacen en beneficio del matrimonio común.

Para nosotros es mucho más fácil de entender porque vivimos situaciones muy diferentes. En la actualidad la gran mayoría de los matrimonios trabajan lo dos, contribuyen mutuamente a sacar adelante sus familias tanto económicamente con sus trabajos como en el reparto de las tareas domésticas.

Es mucho más común ver un reparto equitativo en los matrimonios actuales, aunque reconocemos que en muchas ocasiones la mujer sigue llevando un 60 % o un 70 % de la carga doméstica (comidas, tareas del hogar) y de los niños.

Sin embargo, todavía hoy siguen existiendo esos matrimonios que se mantienen por mera conveniencia. Matrimonios que llevan años durmiendo separados o sin cariño alguno y que tan sólo comparten espacio en su vida.

Han renunciado al amor mutuo y tan sólo reparten roles, tu trabajas fuera y yo trabajo en casa. Tu me traes dinero y yo te tengo la ropa y la comida preparada. Yo me encargo de que los niños no te molesten y tu trabaja para conseguir ese ascenso.

Y al plantearse el divorcio se encuentran ante la cruda realidad.

Salvo aquellos matrimonios en los que existe un alto poder adquisitivo de ingresos, que han sido adquiridos gracias al esfuerzo común, y en los que el reparto de los bienes comunes deja a ambas partes en una situación acomodada y sin problemas de futuro, lo habitual es encontrase con la imposibilidad de acceder al mercado laboral y de generar ingresos mensuales que permitan seguir atendiendo su subsistencia, debido a la edad avanzada, la falta de experiencia o la falta de cualificación laboral.

Si quieres saber más sobre los requisitos de la pensión compensatoria te recomendamos que leas nuestro artículo: Claves para entender la pensión compensatoria.

Y ante el descrédito al honor personal que suele provocar encontrase a estas edades con una demanda de divorcio ante el grupo de amistades de toda la vida, se destapa el egoismo personal de aquel con el que se ha compartido toda una vida, que de repente es incapaz de comprender que esa pensión de jubilación que ahora va a disfrutar es fruto del esfuerzo común y de la libertad de horarios que, gracias al esfuerzo de su mujer, ha podido destinar a horas y horas a su trabajo.

Muchas ocasiones nos encontramos matrimonios con una única vivienda familiar ya pagada, unos pocos ahorros y coches viejos. Un hombre que se niega en rotundo a salir de su vivienda sólo por despecho y una total negativa a repartir de forma equitativa todos los bienes comunes.

Décadas a la sombra de sus maridos, atrapadas por una vida de “apariencia” frente a amistades, familia y sociedad, cuando la mujer quiere liderar su vida y ser las protagonista de su película, se encuentran con el yugo económico de haber vivido años y años sin disponer de su propia libertad económica.

Y además cuando quieren acudir al auxilio judicial, se encuentran que los jueces imponen pensiones mínimas con las que en realidad no pueden subsistir.

Es muy frecuente encontrar sentencias en las que se imponen pensiones compensatorias de  entre 350 a 500 €, en función de los recursos económicos del marido, pero realmente mínimas en comparación a los ingresos que se quedan éstos gracias al esfuerzo común. Y todo por el simple hecho de ser fruto de su esfuerzo y trabajo personal.

Olvidan los jueces y olvidan los maridos que esa pensión en estos matrimonios ha sido fruto del esfuerzo común de ambos. Que ese hombre dedicaba horas y horas en su trabajo pero que muchas más dedicaba la mujer para suplir su ausencia delante de su familia. Olvidan todos que debido a esa exclusiva dedicación a su familia no ha podido desarrollar su faceta laboral, y que esa amorosa renuncia le ha impedido disponer ahora de los mínimos recursos que le permitiera acceder a una pensión de jubilación que le  complemente esa mínima pensión.

Con todo ello, profundizando mucho más, quizá la verdadera pregunta a contestar debería ser:

¿Cuál ha sido la verdadera causa de mi infelicidad?

Piensan que la causa de su infelicidad es el rencor y el desprecio acumulado de años y años de aguantar una relación que de no haber existido hijos en común hubieran abandonado hace décadas.

¿De verdad esta es la causa de su infelicidad?

En una master class con Laín García Calvo en el Master de Desarrollo Personal del Instituto de Pensamiento Positivo, contó que en una de sus ediciones del intensivo “Vuelvete Imparable” le preguntó a una mujer que asistía junto con su marido:

¿Señora, su marido le hace feliz?  

Esta contestó con un rotundo NO, lo que provocó un gesto de sorpresa y enfado de su marido.

Y antes de que su marido pudiera abrir la boca, matizó:

Yo no necesitó a mi marido para ser feliz, yo soy feliz por mí misma. Y al ser feliz yo, disfruto felizmente con mi marido.

Tendemos a creer que la relación actual que vivimos no funciona por la otra parte. Solemos evitar la responsabilidad propia y tendemos a buscar en la pareja aquello de lo que realmente más carecemos personalmente.

No nos damos cuenta que nuestra pareja es como un espejo que refleja nuestras más íntimas carencias. Todos los defectos que destacamos en el otro, son en realidad aquellos defectos y carencias que debemos trabajar en nosotros mismos.

Y que la vida nos pone delante a nuestras parejas para que podamos ser conscientes de nuestras carencias y juntos poder trabajarlas. Olvidamos que esa pareja es el mejor regalo que nos ha dado la vida para templarnos.

Sin ninguna duda el mejor consejo a una pareja que empieza a disipar los efectos de amor, que empieza a estar a disgusto y a apreciar los defectos del otro es que para encontrar el verdadero amor, primero hay que aprender a amar, hay que aprender a dar amor para poder recibirlo. Y para ello, lo primero es amarse a uno mismo.

Ante una situación como está, ¿Tú qué harías?, ¿te divorciarías o seguirías aguantando otra década más?. ¿Requieres los servicios de un abogado? ¡Contáctanos!

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